lunes, 26 de julio de 2010

A salvo

El pánico. Comenzaba a sentirlo y hoy ya no tengo la opción de no querer verlo. Está. Detrás de mi cabeza, mi nuca. Está en sus ojos, y viene hacia mí. Y corro de ellos, y me escondo en la pollera floreada de mamá. Corro de esos rasgos, caminos al odio, a la muerte. De la cruda realidad, de la verdad que todavía desconozco y presiento. Desde mis 80 cm corro, antes de que se abra una de esas grietas y caiga sobre mi vestido de puntillas un pedazo de cielo. Corro a refugiarme y me aferro a sus largas piernas. Pinchan. Cierro los ojos y aprieto mi nariz contra su muslo. Respiro. Respiro. A salvo. Entonces miro, y vuelvo a mirar, y no veo. Comienzan a abrirse las grietas, grietas resentidas que desgarran mi cara. Lo prometiste, bajo el reflejo del frío vidrio, serías la misma, siempre. Y hoy se fue, como todo hoy. Que se va. Dónde descansa o dormita, dónde corre y busca un reflejo. Dónde. En cambio, los mismos caminos, caminos que se cruzan, sin salida. Eso es lo que te molesta. Y buscás la misma pollera con sus piernas, y no están. Buscás estar a salvo, sin respirar. Y no se puede. Respirás, y no estás a salvo. Y el cielo sobre tus pies. No estás a salvo.

miércoles, 7 de julio de 2010

Por eso

Tengo ganas de vomitar. Y no son los síntomas del virus que me encerró en casa desde hace más de cinco días. Cada vez me convenzo más que sin darme cuenta siempre busco tener un determinado nivel de autodestrucción. Ni mucho ni poco. Estos días me conformé con tener los pulmones tapados y los ojos hinchados. Me meto comida en la boca como si fuera la última vez antes de hacer la colimba en el desierto de Atacama. Tomo para esconder el dolor en donde sé que no lo voy a encontrar, el agua cae y se pierde en túneles turbios e incomprensibles. Cinco días tratando de comprender absolutamente todo. El sexto mezclo las cartas y las doy vuelta. Generalmente algo de esto le cae a alguien en el hombro. Trato de que no sea así y siento una culpa enorme, esa misma culpa de siempre. Pero es inevitable. Termino pidiendo perdón por haberme creído Madonna toda la noche. Nunca sé si el perdón es verdadero, por eso la culpa.

Necesito salir de estas cuatro paredes elevadas