lunes, 26 de julio de 2010
A salvo
El pánico. Comenzaba a sentirlo y hoy ya no tengo la opción de no querer verlo. Está. Detrás de mi cabeza, mi nuca. Está en sus ojos, y viene hacia mí. Y corro de ellos, y me escondo en la pollera floreada de mamá. Corro de esos rasgos, caminos al odio, a la muerte. De la cruda realidad, de la verdad que todavía desconozco y presiento. Desde mis 80 cm corro, antes de que se abra una de esas grietas y caiga sobre mi vestido de puntillas un pedazo de cielo. Corro a refugiarme y me aferro a sus largas piernas. Pinchan. Cierro los ojos y aprieto mi nariz contra su muslo. Respiro. Respiro. A salvo. Entonces miro, y vuelvo a mirar, y no veo. Comienzan a abrirse las grietas, grietas resentidas que desgarran mi cara. Lo prometiste, bajo el reflejo del frío vidrio, serías la misma, siempre. Y hoy se fue, como todo hoy. Que se va. Dónde descansa o dormita, dónde corre y busca un reflejo. Dónde. En cambio, los mismos caminos, caminos que se cruzan, sin salida. Eso es lo que te molesta. Y buscás la misma pollera con sus piernas, y no están. Buscás estar a salvo, sin respirar. Y no se puede. Respirás, y no estás a salvo. Y el cielo sobre tus pies. No estás a salvo.
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